Estaba de parranda. El blog, digo. Me dice mi marido que empecé con mucha furia pero que lo he dejado morir. No aumentan los seguidores, no se incrementan las visitas en el contador y mi última entrada no tiene ni un comentario. Dice que está muerto pero yo no lo creo así. Es cierto que lo he descuidado un poco y que debería ser más constante, pero no sólo con el blog, sino con todo en general. Todo lo cojo con mucha ilusión y la emoción de los primeros días se va desvaneciendo imperceptiblemente hasta que llega un punto en que no sabes cómo retomarlo.
Mentiría si dijese que me da igual el número de visitas o de seguidores. Sería falso también afirmar que escribo porque me gusta y que lo hago para mí. El que escribe lo hace para que lo lean, igual que el que habla quiere que le escuchen. Soy seguidora de blogs que en el mismo tiempo que llevo yo con el mío han sobrepasado las 50.000 visitas. También es cierto que yo no vendo nada, ni informo demasiado y parece que tampoco entretengo mucho.
Esto no es un reproche. Es una reflexión o más bien, una autocrítica. Tal vez no fue buena idea hacerlo o no he sabido darle el tono adecuado para que la gente le guste y lo lea. El caso es que lo veo moribundo y me pregunto qué puedo hacer para recuperarlo. ¿Debo actualizar más? ¿Hablar de otras cosas? ¿Seguir con lo mío sin fijarme en contadores ni comentarios?
No lo sé, tal vez este blog sea otro fracaso o tal vez he hecho bien y simplemente tiene poco tirón. Si eres uno de esos 53 seguidores, por favor, dime qué hacemos.