jueves, 28 de abril de 2011

The Mountain

Tenéis que ver este vídeo y decirme qué os parece.

Necesitáis usar los altavoces.

Que lo disfrutéis y que tengáis un buen día.

miércoles, 27 de abril de 2011

Melodía en la ciudad




A veces suceden cosas curiosas y acabo de protagonizar una de ellas. Me han regalado el mismo libro por tercera vez, las dos últimas, ayer mismo. Está claro que les pareció que me gustaría. Ya he cambiado uno de ellos y el otro cambio lo haré hoy. Os revelaré en otra ocasión qué títulos he escogido.

Melodía en la ciudad

Alejandro vive en una ciudad y, como la mayoría de sus habitantes, está destinado a trabajar en las fábricas cuando sea mayor. Pero un buen día una caravana de un circo gitano llega al lugar y Alejandro escuchará por primera vez las alegres melodías y verá los bailes y los números de circo. Entre los miembros de la compañía está Elena, una niña de su edad, de la que se enamora al primer vistazo.


No me pueden gustar más los ojos que hace Benjamin Lacombe.



Editorial: Edelvives
A partir de 6 años



¡Gracias por vuestras felicitaciones!

martes, 26 de abril de 2011

37 años...

...y un montón de sueños!!


Algunos ya están conseguidos pero espero cumplir muchas más años y sueños.



Ya podéis felicitarme porque hoy es mi día. Mientras tanto, aquí me quedo, pidiendo un deseo.



sábado, 23 de abril de 2011

Feliz Día del Libro




Cuando vio este nuevo libro sobre su mesa de noche, apilado sobre el que había terminado la noche anterior, estiró la mano automáticamente, como si leer fuera la primera y única tarea evidente del día, la única forma viable de negociar el tránsito del sueño al deber.

Virginia Woolf

jueves, 21 de abril de 2011

Días de asueto


Espero que me perdonéis por haber actualizado tan poco últimamente. Las musas estaban durmiendo a pierna suelta, tras una temporada bastante larga en la que en mi casa, eran las únicas que descansaban.

Me excuso, me avergüenzo y espero enmendarme.

Disfrutad de las vacaciones de Semana Santa.

martes, 19 de abril de 2011

La jungla





El niño cabra es ese ejemplar que entra corriendo en el parque girando la cabeza de un lado a otro y con un solo objetivo en mente: ¿dónde la pego? Generalmente le sigue el padre/madre estatua, que se coloca una esquina donde ni ve ni oye, ni siente ni padece.




El pequeño cáprido corre libre y campa a sus anchas mientras yo, la madre gata, observo atenta a Simba, que ajeno a mis inquietudes, se divierte en uno de sus famosos bucles. Sube y baja del “tobobán”, escalera, pasarela, rampa y vuelta a empezar, una y otra vez, hasta que se cansa y decide jugar con los cacharritos de la playa que había dejado en la arena…



Los tiene el niño cabra. Todos. A mi cachorro, que no le cuesta nada compartir, se le ocurre decirle dulcemente: “Por favor, ¿me dejas la pala un momentito?". La gata ronronea orgullosa por ese “por favor” pero el niño cabra responde con un rotundo "NO", mientras agarra con fuerza todos los juguetes. La leona golpea el pecho de la gata para que haga algo. La gata, la ignora: hay que dejar que los niños se entiendan entre ellos. Pero no puede evitar que se le erice el vello del cuello…



El cachorro viene hacia mí y me dice que la cabra no le deja sus juguetes, al borde del llanto… Le digo que no se enfade y que le pida uno. Mientras se aleja, observo la jugada, temerosa, y preparada para intervenir si es necesario, mientras la lucha interior gata-leona aumenta su intensidad.



El padre/madre estatua sigue desarrollando la misma actividad desde que llegó: hace sombra. Mi cachorro se acerca a la cabra y echándole la mano a la pala, se la vuelve a pedir. Esta vez recibe un "FUERA NIÑO", alto y claro, y además, le arroja un puñado de arena a mi pobre cachorro. Simba viene hacia mí, llorando desconsoladamente, justo a tiempo para ver cómo la leona aparta a la mansa gatita de un zarpazo y se aproxima a la cabra apresuradamente.



Una cosa es no intervenir y dejar que arreglen sus diferencias y otra muy distinta es que Simba me pida ayuda y me quede de brazos cruzados. Lo de compartir está genial pero o se lo explicas a la cabra o a su padre/madre estatua. Mientras tanto, dame esa pala, niño cabra, que encima de no dejársela a su legítimo dueño, vas y atacas. Dámela YA y vete a pastar por ahí, BONITO.



Lo más justo es lo más sensato y aunque tal vez no haga bien sacando a Simba de apuros, esa valoración se la dejo hacer al padre/madre estatua, que ha vuelto a la vida y me mira con cara de "asivasaeducarmuybienatuhijo". El parque es un lugar estupendo para divertirse, ejercitarse y aprender a resolver pequeños conflictos. Pero es la jungla y sólo sobreviven los más fuertes, si es necesario, con la ayuda de una leona, por supuesto.


viernes, 8 de abril de 2011

La hija del librero



Laura Bianchi. Fue lo primero que supe de ella por la chapa que la identificaba como auxiliar de la biblioteca del barrio. De su padre, Leonardo, había heredado el acento porteño, el amor por los libros y una innata habilidad para entablar conversación con cualquier extraño.

De su madre, Celina Alvarado, tenía la descarada boca, y unos grandes dientes blancos colocados en fila, como esperando a pasar revista.

Como tantas historias de amor, la suya empezó en el colectivo. Celina lo esperaba cada mañana para dirigirse a la escuela donde ejercía de maestra. Leonardo la veía subir, aferrada con ambas manos al asa de su bolso como si tuviera miedo a caerse. Cuando llegaba a su parada, Leonardo rechinaba los dientes y con el corazón encogido, contaba las horas que faltaban para verla de nuevo. Un día no se resistió y bajó tras ella. A los dos meses estaban casados.

Celina pasó sin muchos sobresaltos de hija a esposa y aunque la maternidad no dejó en ella más huella que la puramente física, sorprendió a todos los que la conocían fugándose un domingo de verano con un vendedor ambulante de elixires contra el mal aliento. Nunca volvieron a verla.

Tras una accidentada travesía de 38 días, 4 borracheras y 2 desvanecimientos en cubierta, un asustado Leonardo de 29 años, pisó por primera vez el puerto de Barcelona. En una mano llevaba una vieja maleta atada con una cuerda. En la otra sostenía la delgadez de su hija, cuyos ojos saltones buscaban asombrados algún pronóstico favorable para su nueva vida. Soltó a su padre y bajó la pasarela corriendo, como si no pudiera esperar a empezar de nuevo. Leonardo descendió tras ella con el corazón acelerado, preguntándose cuánto les durarían los pesos que llevaba escondidos en su calcetín raído que tantas veces habría de zurcir. Ahogó la náusea que le produjo el olor a pescado podrido, a almas perdidas y a su propio sudor y como un niño chico, rompió a llorar. Atrás dejaba su país y su vergüenza. Por delante, Laura y su sueño: abrir una librería. Llovía sin parar y a Leonardo aquella mañana de Marzo le pareció terriblemente hermosa.


Laura Bianchi. Así se llamaba la chica de la biblioteca. Tenía los ojos saltones, las manos delgadas y la boca, descarada. No estoy seguro de que todo lo demás sucediese como lo cuento. O tal vez sí.

martes, 5 de abril de 2011

Parecía extraño



Parecía extraño verlo temblar.

Me asustaba

el sonido de risas apagadas y de tardes de mar

que se habían ido durmiendo

entre café molido y agua de lluvia.

Me llamaba por mi nombre,

dejando al final una duda,

como máscara en la pared.